Amo los instantes donde sueño que puedo detenerlos,
como cuando rodeo con la mirada el contorno de la luna,
la forma de un rostro, la magnificencia de un paisaje...
Me gusta creerme dueña del silencio, amiga de la brisa,
traductora de los pájaros, e hilvanar canciones con versos
que no riman y notas bailadoras.
Y suelo detenerme en medio de la gente, sólo para percibir
que no estoy robotizada; mirar los parpadeos del sol entre las
verdes frondas de los árboles y los círculos perfectos en la
superficie del agua.
Imaginar, por ejemplo, que cada tanto soy niña nuevamente,
e intrépida me subo a las ramas del mimbre, y vuelvo a escuchar, con profunda alegría, las voces de mis seres amados.
Que amaso con fruición el barro y aparecen figuras pequeñas
de animales; que sigo atenta el vuelo errático de las mariposas y en las noches de verano me dejo guiar por los bichitos de luz.
Es la infancia que nunca se marcha para siempre, que regresa y se instala en medio de mi pecho cuando estoy muy triste, que me seca las lágrimas si se pelan mis rodillas y me convida masitas con azúcar impalpable.
Y es así como logro hablar con las hormigas, escuchar las abejas, y en los otoños dorados esconderme en los huecos de los
árboles viejos y desplegar mi biblioteca diminuta de cuentos entrañables, de relatos familiares, de conversaciones bajo las
estrellas, con faroles suspendidos de la luna, en cuarto creciente, o menguante...
¿Y cómo asegurar que no existen esos mundos?
Yo sostengo que sí...nadie encontrará argumentos para convencerme de lo contrario.***
como cuando rodeo con la mirada el contorno de la luna,
la forma de un rostro, la magnificencia de un paisaje...
Me gusta creerme dueña del silencio, amiga de la brisa,
traductora de los pájaros, e hilvanar canciones con versos
que no riman y notas bailadoras.
Y suelo detenerme en medio de la gente, sólo para percibir
que no estoy robotizada; mirar los parpadeos del sol entre las
verdes frondas de los árboles y los círculos perfectos en la
superficie del agua.
Imaginar, por ejemplo, que cada tanto soy niña nuevamente,
e intrépida me subo a las ramas del mimbre, y vuelvo a escuchar, con profunda alegría, las voces de mis seres amados.
Que amaso con fruición el barro y aparecen figuras pequeñas
de animales; que sigo atenta el vuelo errático de las mariposas y en las noches de verano me dejo guiar por los bichitos de luz.
Es la infancia que nunca se marcha para siempre, que regresa y se instala en medio de mi pecho cuando estoy muy triste, que me seca las lágrimas si se pelan mis rodillas y me convida masitas con azúcar impalpable.
Y es así como logro hablar con las hormigas, escuchar las abejas, y en los otoños dorados esconderme en los huecos de los
árboles viejos y desplegar mi biblioteca diminuta de cuentos entrañables, de relatos familiares, de conversaciones bajo las
estrellas, con faroles suspendidos de la luna, en cuarto creciente, o menguante...
¿Y cómo asegurar que no existen esos mundos?
Yo sostengo que sí...nadie encontrará argumentos para convencerme de lo contrario.***
Inolvidables voces anidan en mi alma... |