Las cosas que me gustan...

  • Me agradaría saber que pertenezco a una especie que fuera capaz de respetar la vida en todas sus expresiones y convertir al Planeta en un gran hogar para todos...

viernes, 2 de diciembre de 2011

Umbral.

   Aunque ya era muy tarde no tenía ganas de dormir. Por su memoria iban y venían recuerdos, en un orden relativo -más bien ordenados por etapas, se diría-. Recordó cuando él le había marcado la coherencia en el relato, la sobriedad en la exposición y los conceptos claramente delimitados...pensó amargamente que por entonces le había creído, y hasta se había envanecido por ello...qué desparpajo el suyo!! mirá que plantear las cosas de ese modo...
   Ahora que los años y los almanaques formaban una pila considerable sacó la cuenta de la inutilidad de todos esos procederes, después de todo no le veía la ganancia, en fin...claro está que no tenía por qué haberla...se dejó ir, miró su rostro en el espejo ovalado y le costó reconocerse, es decir, le resultó extraño su propio rostro, se detuvo unos instantes, miró la expresión, algún rictus, evitó mirarse pero finalmente lo hizo..éste sos vos, pensó, y rápidamente dio vuelta el espejo, cambiando su posición.                Ahora venían imágenes de la tarde, un tiempo cercano, un tiempo vivido intensamente. Había decidido decir no, aunque doliese. No a la estupidez que le proponían a diario, un trabajo agotador, monótono, sin vetas. 
   Pensó que desde el instante preciso en que lo había decidido se sintió más liviano, más ágil, como si en lugar de brazos ahora le crecieran alas, pequeñas aún, frágiles...pero alas al fin. Mientras revisaba en el placard sonrió -¡qué de cosas inútiles poseía!- casi nada era necesario y nada imprescindible. Había luchado durante años por futilidades como esas, el status, la posición, el orgullo (vano, claro) de subir peldaños y más peldaños...hasta que sintió vértigo de sí mismo, todo giraba en derredor y entonces se animó. Primero fue una débil expresión en el pensamiento, después se fue afirmando, fortaleciendo hasta hacerse muralla contra la superficialidad en la que estaba inmerso. Creció su fuerza interior, ni él mismo podía creerlo..y un buen día dijo no hacia afuera, lo expresó claramente -él escucho su propia voz y se sorprendió- fue por entonces cuando tomó aquella decisión, la que ahora estaba poniendo en marcha.
    Dio vuelta la cabeza e hizo un rápido registro de sus pertenencias, eso que ahora ya no le serviría, lo que dejaba atrás para siempre. Recordó que desdén le provocaba escuchar que a alguien le había sucedido esto, lo que le estaba pasando. Dobló sin cuidado un par de camisas, colocó sus apuntes, la flauta traversa, unos lápices. En el hueco de la mano le quemaba el anillo, con cuidado lo dejó sobre la mesa. Tomó un par de mates, los últimos. Cerró la valija. Cruzó la puerta y se marchó.  Detrás sólo quedó un hondo silencio...***


                             Texto: M.A.O 


RAÚL SOLDI. Paisaje de Villa Ballester.

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