que he batido con empeño...he arrojado una hoja ocre,
no hubo círculos, sólo un rumor, casi imperceptible.
Los vidrios dejan ver un tarde gris, brumosa;
suenan canciones en la radio.
La tijera, el mantel, la aguja, el mate, mi reflejo
en la puerta caoba del aparador.
Yo la vi, era ella, ella con su rostro tan particular,
con su expresión de no asombro, su no sonrisa.
Ella ya no está, se fue primera, se fue para siempre,
al menos se fue por el tiempo que desconozco,
por toda la vida que me espera y nos espera a los demás...
esos, los que fuimos, los que vamos hoy por caminos tan disímiles,
diferentes ventanales, coches, vestuarios, ideas, amores...
y alguna vez todos estuvimos de cara al pizarrón,
soñando el futuro, armando andamios de distancias,
mirándonos, creciendo...
Y el tiempo, ese misterio, las voces, recuerdos.
Gira que gira, vertiginoso, y no alcanzan los segundos
para captar el todo. Fragmentos deshilados se caen
en el laberinto de mi mente.
Todos están allí, donde los olvidé un día.
No hay nadie ya. Todos se han marchado.
Un febril gusanito se convierte en seda.
Los rayos del sol -que no son rayos- caen en picada
desde el atardecer a la noche.
El mundo se mece en un ensueño ausente.
Por las calles frías transitan los vivos.
En una esquina roja y azul alguien otea dentro de un conteiner.
Una espiga retorcida yace debajo de un auto.
Miles de ojos rectangulares miran sin ver.
Luces de dimanche. Focos de neón.
Una canilla dejó caer su catarata translúcida,
corría el agua como desesperada.
En otro lugar alguien miró el cielo suplicando,
ni una gota, suelo reseco, plegarias en eco.
Sus ojos se quebraron de tanta espera.
Una melodía envolvió el tic-tac del reloj.
Alguien preguntó, alguien lloró, alguien se aferró al silencio.
La cámara digital, fotografías, espectros.
El estuche de los anteojos negros, el cuaderno de tapas rojas,
el diminuto monedero a cuadros.
Un lápiz de color verde, una vincha de terciopelo marrón.
Cajita de fósforos de cabecitas color obispo.
El cura del pueblo besó su anillo. El incienso quedó allí,
nunca se fue del todo, los vitraux refractaron la luz en líneas oblícuas.
Mi fe...quedó allí, entre los bancos largos de la vieja iglesia,
con el guardapolvo almidonado, cayó sobre los peldaños
de la puerta principal,
justo cuando estallaban las flores blancas y
un coro de ángeles me decía adiós.
Por las diagonales de la plaza avanzan fantasmas
de medias tres-cuarto, la bandera bicolor los aúna,
discursos eternos,chocolate en taza, plátanos dorados.
Me siento junto al tajamar mientras se aleja despacio la tarde.
Ondas pequeñitas dibujan sonrisas en el agua.
Detrás de la arboleda me esperan la mesa larga, la cocina a leña,
mi adolescencia, los augustos retratos de mis abuelos...
Silencio. Hago silencio.
Miro. Veo. Bajo la yema de mis dedos se desplazan
las letras del blanco teclado de mi computadora.
Vengo de un largo viaje.
House between the trees. GEORGES SEURAT. TEXTO: M.A.O |
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