Arqueando conscientemente la planta de los pies,
cruzó el puente blanco vacío de trenes y palomas,
el cielo, muy arriba, celesteaba paños etéreos.
La vida, esa grácil caminante que un buen día se detiene,
sin aviso, sin presagios, porque sí.
Y nunca ha dicho por qué lo hace...
no lo dirá.
Cada paso una pregunta, un anhelo, un deseo.
El ovejero viejo ya se fue, ya murió, ha quedado vacío
su lugar en esa esquina, la rotonda de la vereda, los
habitantes del gimnasio, la librería y la tómbola.
Y es así, cada uno con su vida a cuestas.
Todo puede caer, y en ese instante mismo
habrá estallidos de alegría, silencios prolongados,
fe y descreimiento.
Los objetos, los demás seres, qué será de ellos
cuando ya no estemos atravesando lo cotidiano.
Sinsentido de pregunta, al menos se sabe que jamás se
escuchará respuesta cierta.
Testigos. Mudos y sombríos testigos del tiempo que se va.
Se marchan las horas que habitamos, muchas veces
sin darnos cuenta.
Habrá quizá un instante que se prolongará al infinito.
El momento final, el segundo exacto para dejar de ser.
Presumiblemente todo será así...alguien no estará, sin
embargo el mundo girará, indiferente.***
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