Las cosas que me gustan...

  • Me agradaría saber que pertenezco a una especie que fuera capaz de respetar la vida en todas sus expresiones y convertir al Planeta en un gran hogar para todos...

martes, 7 de julio de 2020

La morada.

Era invierno. Invierno de madrugada.
Dentro de sus botinetas negras anidaban, exánimes, sus pies.
Se levantó de algún sitio desconocido, aunque no hostil. En tanto, no hormigueaba la sangre en sus venas, ni en sus pies.
Alguien la miraba y, sin hablar, la instó a levantarse, a andar.
Notó las cruces y las tumbas blancas, algo ennegrecidas por el paso del tiempo. Los altos cipreses estaban allí...creía que los habían talado hacía tiempo ya. 
No le sorprendió que la cruzara uno de los chicos Barman, pero no hubo saludos, ni palabra alguna. Entre los senderitos verdes algunas personas, pocas, muy pocas, se desplazaban con suavidad, algunas la miraban, en silencio.
Volviendo de la tumba de tía Lola, rumbo a la vieja bomba de agua, un ruido estrepitoso le hizo levantar el rostro. Increíblemente una camioneta blanca, con la caja vacía y un conductor desenfrenado, aceleraba enloquecida, de costado, sobre unas rejas protectoras, oxidadas y cobrizas, del descanso final de alguien que no conocía. De pronto el vehículo se ubicó horizontal y salió despavorido por un camino polvoriento, rumbo a la nada...alcanzó a ver al volante un hombre morrudo, de cabellos castaño, algo ondulados. Se aferraba aterrado, como ante un abismo. En tanto otra mujer, como de su edad, bordeaba la tumba sin inmutarse.
Miró hacia abajo y vio que ella misma vestía toda de negro. 
Allí no estaba...
Su madre no estaba. La buscó sin éxito, pretendiendo descubrir a Chichín subido por ahí, y el canasto con siemprevivas sobre el mármol. 
Todos allí andaban sin verse, pero ella los veía. 
Arriba, en la copa de los cipreses unos búhos pequeños salmodiaban desventuras, imperturbables. Pero claro, ella los amaba, no les temía.
Y sus pies...qué extraño, andaban como sobre la superficie, pero sin tocarla.
                                                  ...                                                                                                                                             
   Una sirena quizás, o el despertador, o las patitas de su perra, llamándola. Se incorporó.
Era otro mundo su mundo. No tuvo temor. Armó las piezas del rompecabezas sin prisa.
En sus pies zoquetes de lana. La radio. La música. Las noticias.
La vida.
                                                                                                
Y la sangre hormigueando en sus venas mientras el nuevo día asomaba detrás de las cortinas...
                                                 mao.
Como su Ángel de la guarda, aquél que siempre la acompañaría...

Hubo tantos y tantos cielos amados...y los llevaría consigo...


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