Caía la lluvia, o flotaba,
no sabría describirla con exactitud.
Eran como gajos de su alma herida,
desgranándose etérea, acariciadora.
Ver los ventanales, las ventanas pequeñas,
todas las que la dejaron asomarse en ellas.
Las uvas. El racimo. El grillo debajo de la puerta.
El bichito de luz, tan solitario...
Y después el sol, marcando despedidas,
el pequeño alado, sus plumitas tibias,
ojitos vivaces, libertad en vuelo.
En aquel rincón de la casa de té
escribió sin ganas.
En tanto un aroma a rosas salía de la taza,
y la cucharita giraba, giraba...
Tanta era la ausencia, desmesurada.
Luego, en la cocina, las rojas ciruelas
del repasador, la planta de albahaca,
fotografías, risas, poses, el pasado
en cascadas.
Cómo desprenderse de la telaraña,
cuando no se quiere,
cuando la costumbre ha ganado espacios,
y florecen pétalos en lugar de flores,
y pasan recuerdos, y pasan y quedan,
y ya no se marchan.
El sol se escabulle en las altas ramas,
la noche se acerca, vestida de negro,
poblada de estrellas, misteriosa y mítica,
sin decir palabra.
Los pájaros duermen.
Despiertan sigilosos los seres nocturnos,
el día se ha ido...volverá mañana.
El día se ha ido...¿volverá mañana?
Bajaban estrellas, doy fe de ello... |
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