y alguna vez se pensó eterna, indivisa, poderosa,
hubo instantes libres de amenaza, exentos de la crueldad
y el deterioro...
Sentada en aquel sillón, que de golpe era tan grande, sobraba por todos lados, a ella, que supo de expansiones varias, dinamismo, libertad de acción.
Un día se filtró el dolor, lo hizo subrepticiamente, dejó helados
a la planificación, proyecto de vida, voluntad resplandeciente.
Idas, venidas, consultas, esperanza, desconsuelo.
La calle, esa extraña, esa musa inesperada, la asombrosa.
Alguna vez le dijo que no podría, que no, que no...sin embargo
a las palabras las tragó el destiempo, cayeron, se deshicieron, pereció el discurso al envés de la vereda.
La ventanilla era la gran pantalla, allí surgían imágenes, y más...y más...de filo la luz, de canto las sombras. Le pareció que un coro de pájaros la alentaba desde la cornisa.
Y el abismo no era tal, era profundo, giraba, un caleidoscopio.
Traspasó la pared, la pared era blanca, luego azul, por último incolora.
Qué fue, qué....se preguntó sin prisa, ahora que navegaba en una barca pequeña, bamboleante, acomodándose al oleaje.
Los concertistas del agua tocaban sólo violines. No le sorprendió.
Debió pasar. Los remos eran lianas. Las lianas, cordeles.
Los cordeles eran hilos....de rojo bordeau. Sus venas.
Por la ventana, desdibujada, aparecieron lunas, muchas lunas.
Era un brazo quebrado la rama. El follaje era un abrazo.
Refugio, puerto, bahía, iceberg.
Todo fue vorágine entonces, como caída de meteoros, como latigazo.
Hay un antes e infinitos después. También los antes se multiplican.
Nada es como quiso. Todo es nada. Vacío. Incontrolable filo al ras del tiempo.
Hubo un esbozo, un bosquejo. Quejidos. Llantos.
Preguntas. Preguntas. ¿Y por qué tendrían que existir todas las respuestas? Algo es irreconciliable, como el rostro y el espejo.
Olas de plata y espuma. Pez que evita la carnada, tan obvia.
Un infinito chal de estrellas abriga la soledad del firmamento, que tiene frío, que tirita, como ella en la vieja hamaca que oscila en medio de la galería despoblada de veranos, habitada de recuerdos.
Que duele, se dijo. Y montañas de hojas sepultaron su voz.
Tras del crujido final nació el presente, se alborotó la luz.
Sobre la mesa comida humeante.
Chisporroteaban fuego los leños.
Sintió sus huesos, eran los mismos y eran otros.
Los perros ladraron a viva voz. Cayó de bruces. Calló su voz.
Se marchó.***
OSWALDO GUAYASAMÍN. "EL DOLOR" Pintor ecuatoriano. |