Mientras respiramos eternidad
la piel se va arrugando;
un bicho torito se empeña, audazmente,
en cruzar una calle de brosa.
Cada tanto queda patitas hacia arriba,
y lucha, y sigue...
Las blancas flores de Don Diego de Noche
abren sus corolas, perfectas, impactantes
en sencillez y belleza.
Sólo esa noche vivirán de cara a la luna,
sólo entre el último rayo del sol y el primero,
del siguiente día.
En tanto proyectamos con vigor y osadía,
suceden los días, las noches,
toda la eternidad se detiene en un instante,
una clara y límpida mirada capta la infinitud,
unos ojos pierden brillo,
otros lloran.
Y dobla su ropa. Toma su café. Come una tostada.
Una boca pequeñita succiona con ahínco,
una mariposa vuela ajena a lo fugaz,
los pájaros migrantes emprenden la ruta,
el ritual de abrir los ojos se repite...
Y cada día se extiende como masa de pan
leudando silenciosa, sutilmente.
Y cada noche el firmamento se colma
de luces intermitentes.
El mar anda y desanda su propio lecho.
El río corre, aunque sin prisa, sin pausa.
Un niño reclama a su madre.
En algún lugar alguien es feliz.
En algún lugar alguien sufre.
El añoso árbol abre su follaje al infinito.
La semilla se hincha, se expande, estalla.
Estallido de vida. Esperanza.
Brinca el dorado en el lecho misterioso del río.
Desconoce las redes y los anzuelos.
Unas manos acarician, curan, dan fuerza.
Otras manos destruyen, manipulan armas,
matan.
Y sube la luna, ajena, plateada.
Inunda de plata el pétalo de rosa, la flor de lavanda.
Indiferente a todo gira el planeta sobre su eje.
Lo blanco, lo verde, lo rojo, lo azul.
Munidos de eternidad, planificando a diario,
soterrando los miedos, avanzando a tientas,
entre lo bello y lo oscuro,
entre la transparencia y el fango,
atravesado de luz, a pesar de todo,
resistiéndose sin conciencia cierta,
el hombre avanza, convencido
de que mañana, mañana abrirá los ojos...
y reconocerá su entorno nuevamente...***
Y escuchando tu voz, soñaba ser un delfín, un coral, una estrella ... |
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